En ocasiones, las bardas
del Ñireco amanecen como hoy, con una nueva toma.
En la neblina pueden verse
apenas, pero están allí, sacando coirón,
plantando un poste,
un árbol,
un hijo.
Ojalá ya no amanezcan nunca como
esa otra mañana diecisiete,
teñida de rojo, guadaña de la muerte.