El lugar era una
ciudad universitaria, probablemente Córdoba. Pero el perímetro
estaba completamente
vallado y con muros. Las puertas que permitían salir de allí eran
escaleras bajas en desnivel,
del mismo estilo arquitectónico jesuítico que las ruinas céntricas
de la ciudad. Todas estaban
custodiadas por un guardia. Cada edificio correspondía a una
facultad con monitores que las vigilaban. Te hablaban haciéndose los piolas, pero eran los encargados de controlar informalmente quién
entraba, quién salía y qué estaba haciendo cada uno. Había un
horario de queda general en el cual todo cerraba por unas horas y la
gente debía evacuar los edificios. Fue un poco antes de ese toque
que había logrado meterme en Naturales engañando al monitor. Me
escondí hasta que todos se fueron y entonces me dirigí a la
biblioteca.
Me encanta entrar a
lugares cerrados ajenos, más si es una biblioteca prohibida. Todavía me acuerdo
cuando entraba de noche a la biblioteca de mi facultad a leer y a
anularme mis propias deudas por devoluciones atrasadas... pero esa es
otra historia.
La cuestión es que
en esta biblioteca onírica fue bastante fácil porque encontré una
puerta de servicio destrabada
así que entré confiado por allí. El edificio estaba vacío y
oscuro hacía ya varios minutos, pero de
pronto percibí una luz encendida en el fondo de la sala de lectura.
Alguien seguía leyendo a escondidas, parece que no era el único
violando la prohibición. Al principio tuve miedo, después me
escabullí hasta el depósito donde la oscuridad era total, por lo
que no podrían encontrarme.
Debía de estar por
allí. Busqué mucho pero no encontré nada. El toque de queda ya
estaba por acabar y urgía
escaparme del lugar. Comenzaba a ponerme nervioso, ya casi era la
hora.
Cuando estaba a
punto de irme apareció... El libro finalmente existía. Era un
relato en manuscrito sobre las experiencias con plantas y animales de
un investigador medieval, eso era lo único que sabía. Eso, y que la
humanidad lo tenía olvidado por completo. Lo guardé en el bolsillo
lateral gigante de mi pantalón de skater y salí. Cuando dejaba
Naturales alcancé a ver de reojo a unas personas ayudando a una
anciana a salir de un agujero de la biblioteca con dificultad. A
medida que me acercaba a la empalizada la tensión iba en aumento.
Debía salir de aquel predio cuanto antes. Observé el vallado y los
muros pero no encontré fisuras. La única posibilidad eran las
puertas. Estaban bien custodiadas, pero los estudiantes entraban y
salían sin cesar. Yo no podía sacar la vista del guardia. Lo
que es tener culpa...
Decidí salir como
si nada, era la única forma. Y fue bien. Me acerqué al portón y
pasé al guardia entremezclado con la
gente que circulaba. Ya estaba afuera cuando de golpe una mujer me
llama a los gritos desde
interior del parque. Podría haber corrido, pero no. La mujer estaba
vestida de enfermera y subió apurada las escaleras. Me pidió que
por favor espere, que alguien quería hablarme. “¿A mí?, pensé,
¡Si nadie me conoce!”. Detrás traían una anciana en silla de
ruedas. La sacaron y cuando estuvo en el exterior del portón la
extendieron en el suelo sobre un escalón al Sol. Quedó a solas
conmigo. Era muy vieja, tendría unos 90 años y unos lentes gruesos
de marco negro y vidrio verde. La cara se parecía a Grga Pitic, el
viejo de Gato Negro Gato Blanco. Era medio tenebrosa, aunque
intentaba disimularlo. Llevaba poco maquillaje, un vestido negro
largo y zapatones como los que usan las brujas en los dibujos. A
pesar de la edad, se notaba que había tenido contextura robusta y
tenía cuerpo grande.
No hubo ninguna
introducción. Me dijo que quería conversar sobre la danza y comenzó
a contarme que siempre había
asistido a espectáculos de baile, que conocía también todos los estilos de
ópera, que ya casi no podía
asistir porque era muy vieja y no podía ni sentarse, que andaba muy
mal del reuma y tenía los huesos
molidos. Que pedía que la saquen al Sol cada tanto, que sino se la
pasaba encerrada. También que nunca sentía frío.
Cuando advirtió que
me llamaban la atención sus lentes empezó a contarme su historia,
quien se los hizo, que hace mucho que no veía bien y no sé cuantas
cosas más. Yo había entrado en un sopor y no podía despegarme de su monólogo. La vieja no paraba de hablar y me estaba hundiendo la
mente. Logré resistir un poco y preguntarle porqué a mí. Porqué
me mandó a parar si no me conocía y había tanta gente. Rió con
una risa horrible que intentaba ser simpática. Me dijo que le había
parecido ver a La Encarnación De La Danza.
No pude evitar
reirme de lo ridículo que era eso. Le expliqué que estaba
equivocada, que yo no tenía ninguna idea
de baile, que no sabía ni el vals y que la última vez que fui a
bailar fue en un asalto de séptimo
grado en el que bailábamos temas de Queen en una fila de varones
enfrente de una de chicas. No sé
si el comentario fue errado o tal vez le hizo sentir que nuestras
edades no estaban tan lejanas
después de todo... Lo cierto es que la vieja hizo un silencio y
cambió su tono de repente. Siguió
hablando del baile pero ahora en relación conmigo. Que tenía cuerpo
de bailarín, que porqué no probaba empezar con danza clásica y no
sé que otra sarta de cosas que me hicieron dar cuenta de algo
insólito: existía la posibilidad de que la nonagenaria estuviera
tirándome onda.
Ouch!
Al principio me
pareció que no podía ser. Era absolutamente increíble. Pero
después comenzó a hacerse evidente. La
vieja, tirada en el suelo, horrible y hecha mierda como estaba, iba
al frente. La puta madre que lo
parió.
Siguió hablando.
Mientras escuchaba
el mar de palabras que seguía, observé casualmente al guardia allá
abajo, del otro lado de la
empalizada, impasible. Frente a él y casi en posición de firme
estaba la enfermera, esperando. El
contraste era fuerte. La multitud de estudiantes entrando y saliendo
con algarabía, entre gritos y risas, la vieja tirada en el piso
hablando y esos dos ahí, inmóviles, esperando. Hasta la palabra
“quietud” parece mover algo que en estos no se movía. Algo no
estaba bien.
No tenía idea de
qué pasaba, pero empecé a unir algunas cosas: la universidad
antigua, mi entrada a la biblioteca, el giro abrupto en la actitud de
la vieja (¿porqué hablaba tanto!?), la empalizada, los estudiantes
circulando como si nada, el toque de queda y la vigilancia. Me quedé
mirando la forma en que el Sol daba
en las escaleras jesuíticas y en las cúpulas de los edificios. La
forma en que se extendía la luz por las superficies no era
simétrica. En el campus, los bares de los estudiantes seguían
modernos, vidriados, y con una multitud bien animada, algunos tomando
cervezas, otros coca light. Entre la verborragia de la vieja escuché
otra vez la palabra “danza” y se me vino a la mente la imagen de
Syrio Forel, primera espada de Braavos.
Realmente no sé
porqué. No tenía ningún
fundamento razonable, pero a partir de allí me dí cuenta...
Era una emboscada.
Una idea se me
apareció de repente y comenzó a crecer : La vieja quería sacarme
el libro.
¡El libro! Lo había
olvidado por completo.
Me lo quería
quitar.
Comencé a fijar ese
pensamiento y ella parecía notarlo. Mientras más pensaba en eso,
más se desfiguraba su cara.
De seguro sabía que había sido descubierta. Llegó un momento en
que su voz se agudizó y empezó a aumentar la velocidad. Ya no podía
distinguir lo que decía, pero no paraba de hablar con una rapidez
increíble y me dí cuenta que al concentrarme en su voz me olvidaba
del libro. No podía permitir que me lo arrebaten. Pero aquella voz
era como un viento que barría los pensamientos de mi mente.
Me estaba conjurando
y no sabía como detenerla.
La desesperación
comenzó a apoderarse de mí.
No podía moverme,
tan sólo me aferraba al pensamiento.
Ella quería
quitarme el libro.
La avalancha de
palabras arrasaba mi voluntad.
¿De donde habría
salido aquel ser?
Me estaba cansando,
no resistiría mucho más.
n-
22-4-2015
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