lunes, 8 de julio de 2019

Una visita inesperada


Estábamos en la veranada del Valle del Llodconto con Alfredo, el Rolo, su hijo y una de sus hermanas. Todo el campo de la veranada, con sus animales, praderas, corrales y bosque, estaba ubicado en una terraza y desde el edificio de enfrente, unos viejos chusmos nos espiaban cada tanto.

Jugábamos a las cartas. Tomábamos whisky.

De golpe, llega vestido de fajina, caminando como si nada don Jorge Bergoglio, es decir ¡el mismísimo Papa Francisco! Milchunas lo detecta al instante. Lo vemos acercarse, nos miramos sorprendidos y salgo a recibirlo sin entender lo que sucede. Se lo ve muy ofuscado al hombre y le pregunto que pasa.
"Estoy cansado..." -levanta la vista mirando al cielo y gesticula con las manos casi gritando- "¡re podrido! no quiero saber más nada, listo". Y se sienta enojado en una silla de la cabaña.

Nos miramos con los Boock atónitos... nadie reacciona. Francisco se sirve un vaso de agua y se lo toma abruptamente.
"Eh...pero Jorge, te parece que es para tanto? No te lo tomes tan así" Fue mi intento ridículo de consolarlo. Me mira con una cara fulminante como la que le puso al Mauri en el vaticano. Empieza a ponerse cada vez más colorado juntando presión... "¿Me estás jodiendo?" -hace una pausa- "¿Vos me estás cargando? ¡Cómo querés que no me caliente, me querés decir? Si desde que llegué ahí no paro ni un minuto y se la pasan pegándome, me apretan de todos lados, se van a la mierda, a mí no me agarran más, ya fue".


La situación era completamente insólita.
¿Cómo podía ser que estemos con el Papa? Nadie entendía nada.

El Papa estaba re caliente...
¡y en el Llodconto!

Realmente todo era muy extraño, pero estaba sucediendo y no podíamos reaccionar.
En un arranque de lucidez tomé confianza y con una mano en el hombro le dije "Vení Francisco, acompañame". Salimos y caminamos en círculo por el pasto, mientras lo contenía. El hombre estaba claramente desbordado. "Mirá, yo entiendo que debe ser jodido, pero llegaste hasta acá y fijate que ahora estás en medio de la naturaleza, en un día lindo..." -con un gesto del brazo le señalo todo el bosque y las montañas- "Qué te parece esto mirá: Te quedás con nosotros, tratás de no pensar, te tomás unos mates tranquilo y después si querés nos contás más o lo que quieras"
Francisco asintió con la cabeza como aceptando la última opción que le quedaba. Entramos de nuevo y se quedó sentado mientras nosotros seguíamos jugando a las cartas. De a poco la conversación se fue animando y él se iba integrando a la charla, se empezó a reír con los chistes y cada vez que alguien mentía en el truco. "Pero qué mentirosos que son..." decía. Al final empezamos a charlar de cosas que le gustaba hacer en la infancia y así surgió el tema. "Siempre me gustaron los vaqueros, cuando era chico quería aprender a enlazar pero nunca tuve la oportunidad". Los Boock se miraron como diciendo 'esta es la nuestra' y ahí nomás le dijeron: "¡Pero vaya a cambiarse esa sotana y le enseñamos ya mismo hombre!". Bergoglio me mira como buscando aprobación. "¡Pero vaya pues! Ahí el Rolo le presta una camisa".

Me alegré de que eso sucediera y aproveché para quedarme un poco tranquilo mientras todos estaban afuera en el corral. La verdad es que me impactaba mucho la situación. Me serví otro whisky e intenté analizar lo que estaba sucediendo. ¿Cómo había llegado el Papa hasta allí? ¿Por qué había ido? y además... de esa manera, caminando sólo por el medio de la montaña. Afuera Bergoglio con camisa a cuadros y pantalón de grafa, le tiraba el lazo a un ternero guacho. No lo hacía tan mal.

Cuando volvieron se sentaron a la mesa y sirvieron una ronda para todos. El hombre había cambiado completamente, estaba feliz, se reía a carcajadas y bromeaba a la par de Alfredo. Tenía buen sentido del humor. Las risas se escuchaban a lo lejos y yo me había empezado a preocupar porque los vecinos del edificio de enfrente pispeaban cada tanto y de seguro habían notado algo extraño. Como dije, el campo de la veranada quedaba en la terraza de un edificio enorme, y a lo lejos comencé a escuchar los pasos de alguien que venía subiendo las escaleras de aquel viejo armatoste de hormigón que soportaba a la montaña.

Finalmente apareció. Era un viejo amigo de Bergoglio, se conocían desde niños y apenas llegó se abrazaron y gritaron emocionados. Todo era alegría, anécdotas y conversación. Pero algo no estaba bien, en la ventana de enfrente señalaban hacia nosotros, podía imaginarme sus murmullos..."¡es el Papa! El Papa está allí, es Bergoglio!"

En un momento Francisco se queda completamente serio.
"Tengo algo que decirles" -comienza.
Y entonces, oímos de su propia boca un relato verdaderamente asombroso...
Nos reveló la verdadera razón de que la nueva sede papal sea instalada en Tel-Aviv. Nos dijo que estaba esperando el momento, que la intervención en los conflictos de los infieles era estratégica, que una vez que esté dada la señal ya nada podría detenerse. El operativo Canal comenzaría como una avalancha de palestinos ingresando al territorio hoy controlado por Israel y que una vez que lleguen a la sede papal tomarían el territorio por completo. "En esto me juego la vida", dijo con severidad y nos miró a cada uno de nosotros.

Holy shit!
Esto sí que era muy serio. No comprendía por completo el plan que acababa de esbozar el Papa, pero por los actores intervinientes, rápidamente caí en la cuenta de que estábamos hasta las manos.

El hombre sudaba y se frotaba las manos. Estaba nervioso de nuevo.
Sin duda, esto era algo totalmente inimaginado... y peligroso.

Los vecinos seguían señalando. Ahora las piezas encajaban de repente. De seguro ya habían iniciado el proceso de toma del edificio. La vieja chusma de enfrente muy probablemente nos había entregado a algún informante del Mossad, si es que ya no lo sabían desde antes.

¿Y el amigo? ¿Cómo había llegado hasta allí? ¿Cómo sabía de nuestra visita inesperada...?
Estábamos fritos.

Francisco y su "amigo" seguían conversando intentando distender el momento y cambiar de tema. El hijo del Rolo mezclaba las cartas y nos miraba como esperando una orden. Su tía ya había preparado unos mates y nos servía unas tortas fritas. La conversación comenzaba a animarse nuevamente. Tiramos reyes y armamos un partido de a seis. Alfredo se reía y hacía chistes, pero ya había acercado la carabina al lado de la mesa y el Rolo me mostró el revólver en su cintura. Yo sólo tenía la faca, pero estábamos listos.

A lo lejos, escucho los pasos de alguien que sube las escaleras. Son muchos.
No nos queda mucho tiempo.

Justo alcanzo a engancharle una seña al Papa que tiene el ancho.
Nosotros tenemos un dos de basto y 26 de mano.

"¡Falta envido!"

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